Obra

Comunitas (Wall / Harp)

Leyenda

2012
Madera, pintura, harpa clásica
Dimensiones variables
Cortesía del artista

Artista

Por

Texto

Al acercarnos a la intrusa y precaria pared de Comunitas (Pared/Arpa), caemos en cuenta de su temporalidad, su diseño y funcionalidad intrínsecas. Esta estructura protésica encierra, en su espacio liminal, una pequeña arpa confinada a un orificio estrecho, misma que actúa como frontera transitoria entre ambos bordes del muro. La arquitectura de este arreglo prohíbe a los espectadores que acerquen el arpa a su cuerpo, negándoles la habilidad de poner sus dos manos sobre ambos lados de las cuerdas.  En esta obra, Guillermo E. Rodríguez Rivera le juega un mal truco al espectador. La bobería de la relación ya existente entre la expectativa del concurrente y el potencial de la situación se da una vez que la corporalidad del instrumento surte efecto en su público, como si se tratase de una sirena llamando a los marineros a un acantilado rocoso.

Esta radical forma de hospitalidad es propia de Rodríguez, quien nos invita a convivir juntos de manera poco común. La obra exhorta a que dos personas conformen un dueto desde cualquier lado del muro sin poder verse el uno con el otro, siendo el sonido la única forma de comunicación posible entre ambos. ¿Cundirán acaso la frustración y la derrota si elegimos esta ruta ingenua – aunque optimista – al combinar las nociones de comunidad y colaboración? A pesar de ello, la mirada del cínico constituye el punto clave de la obra; un toque de optimismo ante la pequeña probabilidad de que emerja el bien en el mundo. Al menos es lo que propone Rodríguez  con este escenario provocativo: la convicción de que ciertos actores entren en armonía dentro de este complicado triángulo obtuso.

“Lúdico”, palabra que usa Rodríguez para describir su obra nos remonta al escritor y filósofo Nassim Nicholas Taleb, quien la utiliza para definir al juego y al acto de jugar como escenarios  a fin de considerar el azar como una de las fuerzas centrales que guían nuestro universo. El azar es una pieza clave en nuestras vidas. Lo imprevisto nos insta a alterar el curso o adaptarnos al cambio. O quizá en un sentido negativo nos pida censurar nuestros actos a fin de anticipar resultados de antemano; definirnos, pues, como temerosos ante lo fortuito. Rodríguez se asume guía durante el transcurrir de estos eventos, desprendiéndose de lo preestablecido, reinventando sus usos para producir distintos efectos de fracaso y éxito desde la perspectiva del usuario.

Al recordarnos a líderes del arte moderno como Giacometti y su juego de mesa On Ne Joue Plus (1932), el juego de ajedrez entre Duchamp y Cage (1968), o el MOMA Poll (1970) de Hacke, el potencial de la casualidad se explora como el eje central de la obra, adoptando una posición sumisa pero también liberadora ante el riesgo. Al introducir júbilo, viveza y performance al espacio de la galería, Rodríguez evoca un canon de artistas geográficamente más cercanos, como Eden (1969) de Oiticica, Máscaras Sensoriais (1971) de Clark, o Ttéia Cuadrada (1976) de Pape, los cuales también invitan al espectador a participar de la obra, permitiendo así, la reactivación de la galería como espacio neutral de arte.

Acordándonos de lideres del arte moderno como Giacometti y su juego On Ne Joue Plus (1932), el juego de ajedrez entre Duchamp y Cage (1968), o el MOMA Poll (1970) de Hacke, el potencial de la casualidad es explotado como la fuerza central de la obra, tomando una posición sumisa pero también libre hacia el riesgo. Con la introducción de júbilo, viveza y performance al espacio de la galería, Rodríguez alude a referencias geográficamente más cercanas al canon como Eden (1969) de Oiticica, Máscaras Sensoriais (1971) de Clark, o Ttéia Cuadrada (1976) de Pape, que también invitaban a la participación del espectador en la obra, permitiendo una reactivación del espacio neutral de la galería.

 

Traducido del inglès por Tatiana Reinoza